Todos tratamos de pensar que hay algo de bueno, de bondad en todos los seres humanos. Creemos que algo ha llevado a delinquir a ciertos individuos, pero que de alguna manera aún conservan ciertos valores, que los hacen en definitiva miembros de la raza humana. Pero con Cayetano Santos Godino, también conocido como el Petiso Orejudo, nos damos cuenta de que existe un componente de maldad humana innato en algunas personas. Son personas –si es que se las puede considerar así- que no solo realizan actos llenos de maldad, sino que gozan con un placer enfermo de sus obras. El contemplar el abismo negro de estas almas causa un escalofrío que conmueve a cualquiera. Da miedo el solo pensar que en el mundo en que vivimos puedan existir seres humanos así. Sin embargo, están, y algunos de ellos caminan libremente por las calles.
Tal es el caso de Godino, uno de los delincuentes más terribles, no sólo en la historia penal de la Argentina, sino del mundo entero. Pocas veces se han documentado casos de tanta maldad y sadismo, y menos en personas tan jóvenes, un niño como era Godino cuando cometió sus atroces crímenes.
Su carrera criminal comienza a los siete años de edad. En ese momento, el 28 de septiembre de 1904 llevó a Miguel de Paoli, un niño de 21 meses de edad, a un terreno baldío donde lo golpeó hasta que fue detenido por un policía.
Al próximo año, llevó a Ana Neri, una beba de 18 meses, a un baldío donde comenzó a golpearle la cabeza con una piedra. Afortunadamente volvió a ser detenido, pero fue liberado esa misma noche.
En 1906, volvió a llevar a una niña a un baldío donde intentó estrangularla –uno de sus métodos preferidos de muerte y tortura- y luego la enterró viva. A los 10 años Cayetano se divertía torturando animales –una actividad común a muchos asesinos seriales, quienes comienzan su carrera criminal de esta manera-. Su padre mismo se dio cuenta de la bestialidad y maldad de su hijo, y lo entregó a la policía. Pero no sirvió de mucho, ya que sólo pasó dos meses detenido en una alcaldía, tras lo cual fue liberado.
A los 12 años, trató de ahogar a un bebé de 22 meses, pero fue detenido justo a tiempo. El 6 de diciembre los padres volvieron a llevarlo a la comisaría, pero esta vez permaneció encerrado tres años en la Colonia de Menores de Marcos Paz, pero a petición de sus padres fue liberado el 23 de diciembre de 1911.
Los crímenes, por supuesto, siguieron. El próximo fue Arturo Laurona, de 13 años, muerto por estrangulación. Luego, prendió fuego al vestido de una niña de sólo 5 años, Reyna Vainicoff, quien murió días después a causa de las terribles quemaduras.
A Cayetano también le gustaba el fuego. Según sus propias palabras: “Me gusta ver trabajar a los bomberos… es lindo ver como caen en el fuego”. Al poco tiempo, incendió una estación de tranvías, y un aserradero. Pero no dejaría de lado su hobbie preferido, matar.
El 8 de noviembre de 1912 intentó estrangular a Roberto Russo, un niño de dos años, pero fue detenido. Esta vez fue procesado por intento de homicidio, pero fue liberado por falta de méritos.
El 16 de noviembre golpeó a Carmen Ghittoni, de 3 años, quien sólo recibió heridas leves ya que Cayetano fue detenido por un policía. El 20 de noviembre raptó a una niña de 5 años, Catalina Neolener, quien comenzó a gritar y alertó a un vecino de la zona que la rescató. A finales de noviembre incendió dos galpones, que fueron rápidamente apagados.
Su último crimen, y también el más comentado, sucedió el 3 de diciembre de 1912. A esta altura, con 16 años, raptó a un niño do tan solo 3 años, Jesualdo Giordano. Primero quiso estrangularlo, con el cordel con el que se ataba sus pantalones. Pero el niño se resistía a morir, entonces decide atarlo de pies y manos. Como no estaba seguro si había muerto, le clavo un clavo en la cabeza, con una piedra que uso de martillo. No conforme con eso, asistió al velorio del niño, y acercándose al cajón tocó al cadáver, y preguntó donde estaba el clavo que tenía en la cabeza, dónde lo habían puesto.
Finalmente, al siguiente día fue detenido, esta vez para siempre.
Fue condenado en primera instancia a dos años en el hospicio de las mercedes, ya que se lo consideraba inimputable. Pero, en 1915, la Corte Suprema, decidió que en realidad era capaz, por lo que ordenó su traslado al penal de Ezeiza, en la provincia de Buenos Aires.
En 1923 es llevado al penal de Ushuaia, en la provincia de Tierra del Fuego, un terrible lugar.
Aun en la cárcel no dejaba de lado su mayor placer: matar y causar sufrimiento. En 1933 mató a dos gatos, a uno de ellos lo tiró dentro de una estufa encendida, causando la muerte del animal. Los presos le dieron una terrible paliza que lo dejó enfermo por mucho tiempo. Jamás recibió atención ni visitas. Finalmente en 1944 muere, y se especula que fue a causa de la paliza que le habían propinado hacía ya 12 años.