17 nov 2010

MICHAEL SWANGO EL DOCTOR ASESINO


Las autoridades sospechan que el doctor Michael Swango envenenó y mató cerca de 60 pacientes que se encontraban bajo su cuidado durante los diez años que precedieron a su arresto. Trabajó como médico en Ohio, Quincy, Massachussetts, Virginia, South Dakota, New York y Zimbabwe. En todos esos lugares en los que el afable médico prestó sus servicios se produjeron muertes repentinas, inesperadas. Sin embargo, nunca ha sido posible comprobar ninguno de estos crímenes.
Las autoridades comenzaron a vigilar sus actividades desde que, en 1984, cuando trabajaba en Quincy, Illinois como paramédico, muchos de sus compañeros de trabajo se quejaban de haberse enfermado cada vez que Swango les llevaba algo de beber o de comer. Cuando uno de sus colegas halló veneno para hormigas en el azúcar que pertenecía a Swango, dieron aviso a la policía y registraron su casa. Ahí encontraron libros de "Hágalo Usted Mismo" sobre armas, técnicas de destrucción masiva así como libros de ocultismo, algunas armas, botellas con veneno en diferentes concentraciones, una gran cantidad de venenos para rata y algunas semillas de donde era posible obtener ricina, un veneno imposible de rastrear. Fue enjuiciado y condenado a cinco años de cárcel por los intentos de asesinato, aunque como ninguno de sus víctimas murió ni estuvo gravemente enferma la pena se redujo considerablemente. El juez Dennis Cashman dijo: "No creo que su intención fuera matar. Pienso que deseaba llevarlos al borde de la muerte. Eran para él como un experimento de laboratorio".
Mientras Swango se encontraba en la cárcel, los investigadores del caso fueron al Hospital Universitario de Ohio State, donde Swango trabajó como interno. Las enfermeras dijeron a los investigadores que tenían sus sospechas con respecto a él, ya que había sido visto en las habitaciones de algunos pacientes unos minutos antes de que estos murieran inesperadamente.
Swango salió de la cárcel bajo palabra en 1987 después de permanecer ahí dos años y medio de su sentencia de cinco. Llama la atención que después de esto continuara su carrera en el cuidado de la salud con resultados más letales aún. Saltó de trabajo en trabajo y fue despedido al menos tres veces después de que se sospechara de sus actividades o cuando alguien se enteraba de su pasado.
A principios de la década de 1990, consiguió un trabajo en el Hospital Estatal de la Universidad de Nueva York. El FBI investigó a 147 pacientes que habían estado bajo los cuidados de Swango y que, "misteriosamente" habían muerto. En varios de estos pacientes se realizaron autopsias, pero los resultados no fueron concluyentes. Para 1993 había desaparecido, pero reapareció poco tiempo después en Zimbabwe. Ahí trabajo en un hospital rural donde fue suspendido después de que cinco pacientes bajo su cuidado murieron sospechosamente.
Tras su despido, viajó a Sudáfrica, la moderna mecca de los asesinos seriales, donde contactó a las autoridades de salud en Arabia Saudita, quienes le ofrecieron un trabajo. Finalmente, en Julio de 1997, Swango fue arrestado cuando entró a los Estados Unidos para tramitar una visa que le permitiera ingresar a Arabia Saudita. Aunque fue arrestado por cargos menores (fraude, prescripción ilegal de narcóticos), el FBI siguió trabajando para reunir suficiente evidencia como para enjuiciarlo por sus crímenes.
Finalmente, tres años después, Swango fue finalmente enjuiciado por los asesinatos. El 11 de Julio del 2000, Michael Swango se declaró culpable por el asesinato de tres de sus pacientes y por los cargos de fraude. Fue sentenciado a cadena perpetua sin posibilidad de salir bajo palabra.
Los cálculos más optimistas arrojan un total de 60 asesinatos, aunque hay quien dice que la cifra puede ser de medio millar de víctimas.

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POEMA A LA MUERTE POR PABLO NERUDA

Hay cementerios solos,
tumbas llenas de huesos sin sonido,
el corazón pasando un túnel
oscuro, oscuro, oscuro,
como un naufragio hacia adentro nos morimos,
como ahogarnos en el corazón,
como irnos cayendo desde la piel del alma.

Hay cadáveres,
hay pies de pegajosa losa fría,
hay la muerte en los huesos,
como un sonido puro,
como un ladrido de perro,
saliendo de ciertas campanas, de ciertas tumbas,
creciendo en la humedad como el llanto o la lluvia.

Yo veo, solo, a veces,
ataúdes a vela
zarpar con difuntos pálidos, con mujeres de trenzas muertas,
con panaderos blancos como ángeles,
con niñas pensativas casadas con notarios,
ataúdes subiendo el río vertical de los muertos,
el río morado,
hacia arriba, con las velas hinchadas por el sonido de la muerte,
hinchadas por el sonido silencioso de la muerte.

A lo sonoro llega la muerte
como un zapato sin pie, como un traje sin hombre,
llega a golpear con un anillo sin piedra y sin dedo,
llega a gritar sin boca, sin lengua, sin garganta.

Sin embargo sus pasos suenan
y su vestido suena, callado como un árbol.

Yo no sé, yo conozco poco, yo apenas veo,
pero creo que su canto tiene color de violetas húmedas,
de violetas acostumbradas a la tierra,
porque la cara de la muerte es verde,
y la mirada de la muerte es verde,
con la aguda humedad de una hoja de violeta
y su grave color de invierno exasperado.

Pero la muerte va también por el mundo vestida de escoba,
lame el suelo buscando difuntos;
la muerte está en la escoba,
en la lengua de la muerte buscando muertos,
es la aguja de la muerte buscando hilo.

La muerte está en los catres:
en los colchones lentos, en las frazadas negras
vive tendida, y de repente sopla:
sopla un sonido oscuro que hincha sábanas,
y hay camas navegando a un puerto
en donde está esperando, vestida de almirante

POEMA A LA MUERTE

¿Cómo llenar el vacío de esta noche?

No con lágrimas,

puesto que el exilio es voluntario,

sí con pena,

que no cabe en mi pecho el deseo.

¿Es, acaso, extraño una noche oscura?

De loco es añorar la luz ahora

y sin embargo me salgo de mí

y necesito como el adicto

la droga redentora.

Tiemblan mis labios

en tus labios ausentes,

huyes como una sombra

que no logro atrapar.

Queda mi grito en la garganta

y tu pecho cotidiano

de las manos se escapa,

tus ojos, ya cerrados,

no me hablan.

En este silencio sin tí

me pregunto:

¿Cómo llenar el vacío de esta noche?

NO SON LOS MUERTOS

No son los muertos los que en dulce calma
la paz disfrutan de su tumba fria,
muertos son los que tienen muerta el alma
y viven todavía.

No son los muertos, no los que reciben
rayos de luz en sus despojos yertos,
los que mueren con honra son los vivos,
los que viven sin honra son los muertos.

La vida no es la vida que vivimos,
la vida es el honor, es el recuerdo.
Por eso hay hombres que en el Mundo viven,
y hombres que viven en el Mundo muertos.