22 nov 2010

HAROLD SHIPMAN (EL DOCTOR MUERTE)


Un médico que faltó gravemente a su juramento hipocrático y que se convirtió en uno de los peores "superasesinos" de la historia mundial, resolvió utilizar para sí mismo una receta igual y, tal como lo hizo con 215 pacientes, también se quitó voluntariamente la vida en una celda de la prisión de Wakefield (Inglaterra) en la que estaba condenado a cadena perpetua desde hacía cuatro años. Harold Shipman, de 58 años, mundialmente conocido como el "Doctor Muerte" y múltiple asesino, fue encontrado ahorcado el 13 de enero de 2004 en su celda de la cárcel de máxima seguridad a las 6.20 GMT y dos horas después se certificó oficialmente su fallecimiento; según las versiones oficiales, debió quitarse la vida durante la madrugada, utilizando las sábanas de su cama. Las sospechas, que condujeron a las investigaciones sobre la forma como trabajaba el médico, a quien durante el juicio se señaló como un "adicto al asesinato", comenzaron en 1998 cuando cometió uno de sus mayores errores, al falsificar el testamento de una anciana de 81 años a la que asesinó inyectándole morfina. Tras la investigación, el 7 de septiembre de ese año fue detenido. Correspondió a la hija de esta octogenaria, una abogada llamada Angela Woodruff, denunciar al aparentemente "afable doctor", ya que se extrañó que su madre Kathleen Grundy le hubiese dejado, a través de un testamento, 365.000 libras esterlinas. Fue este el principio del fin del criminal, que tras un juicio de 52 días recibió como castigo en enero de 2000 la cadena perpetua por el asesinato de 15 pacientes, todas mujeres de avanzada edad, pero nuevas investigaciones indicaron que mató, cuando menos, a otras 200, aunque las cifras se elevan hasta las 260. La juez Janet Smith afirmó el año pasado en Manchester, que el "Doctor Muerte" "es posible que haya sido un drogado del crimen" y expresó que durante su investigación fueron analizadas las circunstancias de 887 fallecimientos de pacientes de Shipman, que comenzó a matar en 1975, un año después de haber comenzado a ejercer su carrera de medicina. Al parecer, cuando tenía 17 años fue testigo de una dolorosa muerte de su madre a causa del cáncer y eso, según algunos psiquiatras británicos pudo "marcarle para el resto de su vida", porque ella fue tratada en sus últimos días con morfina para calmar los intensos dolores que sufría. Además, resultó ser un adicto a los calmantes y en la década de los años 70 llegó a reventarse las venas por utilizarlos en cantidades desproporcionadas, pero las autoridades únicamente le multaron con 600 libras esterlinas que pagó para quedar así libre de cargos y ejercer una carrera que le llevó a matar a una amplia mayoría de sus pacientes. El "asesino en serie", si los números de 215 son los válidos, mató entre 1975 y 1998 a 171 mujeres y 44 hombres, de edades que iban de 41 a 93 años, pero según la juez Smith aquella cifra "no refleja completamente la amplitud de los crímenes" porque existían, a su juicio, fundadas sospechas que había otras 45 víctimas mortales. Shipman, que ejerció como "médico de familia" en Todmorden, inicialmente, y desde 1977 en Hyde, una población cercana a Manchester, prefería acabar con la vida de mujeres mayores de 60 años que vivían solas y a las cuales durante las visitas que efectuaba les inyectaba dosis de morfina o heroína, y luego certificaba que habían fallecido como consecuencia de una crisis cardiaca. Según los jueces no hubo en esos asesinatos ningún motivo de índole sexual ni económico, salvo en el de Kathleen Grundy, que se convirtió en su perdición. ¿Entonces, qué lo condujo a cometerlos? De acuerdo con lo expresado por el fiscal del caso, cuyas acusaciones influyeron para que se le condenase a cadena perpetua, lo hizo "por el drama de quitarle la vida a alguien, por tener poder sobre la vida y la muerte". Se creía Dios, cuando sólo era un miserable asesino. Fue en Hyde donde Shipman asesinó a 214 de las 215 víctimas reconocidas y por lo cual se le condenó a la cadena perpetua. En 1998, cuando fue detenido e ingresado en prisión, alcanzó a matar a 18 personas, pero en los años 1995 y 1996 se registraron las mayores cifras con 30 crímenes en cada uno de ellos. La magistrada Smith dijo tras la investigación realizada que Shipman asesinaba a sus víctimas en sus domicilios por las tardes y que el "Doctor Muerte" había "traicionado la confianza de los pacientes de una manera y con una amplitud que, creo, carece de equivalente en la historia". También explicó que los últimos tres asesinatos realizados en 1998 por el médico podrían "ser evitados y sus víctimas salvadas" si la policía que realizó la primera investigación la "hubiese correctamente efectuado", porque a juicio de ellas, dos inspectores novatos efectuaron un "mal trabajo". Shipman no se inmutó durante el juicio, ni cuando le leyeron la condena, El juez Forbes le impuso la sentencia en firme que decía así, "cada una de las víctimas era su paciente. Por su maldad y por sus perversas intenciones usted se aprovechó de ellas y abusó de su confianza. No me cabe la menor duda que cada una de sus víctimas sonrió y le dio las gracias cuando usted les administraba las mortales inyecciones". Casado y padre de cuatro hijos, el "Doctor Muerte", que se hizo justicia a sí mismo, habló la víspera de su suicidio con su esposa Primrose, y de acuerdo con los testimonios de funcionarios de la prisión, en donde quedó grabada la conversación, no se observó ninguna anomalía ni él le dio a conocer las intenciones que tenía para quitarse la vida. El médico que en vez de salvar vidas se dedicó a destruirlas; el profesional que sin ninguna razón decidió, por un simple y malévolo placer, a matar en cadena; el hombre que como un "ángel vengador" mantenía una sonrisa que engañaba a sus víctimas para así poderlas llevar a las tumbas tuvo, al parecer, un profundo arrepentimiento que lo condujo al suicidio. De esta forma concluyó una vida que sólo sirvió para hacer el mal, pero nunca nadie sabrá los verdaderos motivos que tuvo para convertirse en un "adicto al asesinato" e, incluso, aceptar ese apelativo de "Doctor Muerte" por el cual nunca protestó. Se llevó a las tumbas muchas víctimas y a la suya propia muchos misterios.

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POEMA A LA MUERTE POR PABLO NERUDA

Hay cementerios solos,
tumbas llenas de huesos sin sonido,
el corazón pasando un túnel
oscuro, oscuro, oscuro,
como un naufragio hacia adentro nos morimos,
como ahogarnos en el corazón,
como irnos cayendo desde la piel del alma.

Hay cadáveres,
hay pies de pegajosa losa fría,
hay la muerte en los huesos,
como un sonido puro,
como un ladrido de perro,
saliendo de ciertas campanas, de ciertas tumbas,
creciendo en la humedad como el llanto o la lluvia.

Yo veo, solo, a veces,
ataúdes a vela
zarpar con difuntos pálidos, con mujeres de trenzas muertas,
con panaderos blancos como ángeles,
con niñas pensativas casadas con notarios,
ataúdes subiendo el río vertical de los muertos,
el río morado,
hacia arriba, con las velas hinchadas por el sonido de la muerte,
hinchadas por el sonido silencioso de la muerte.

A lo sonoro llega la muerte
como un zapato sin pie, como un traje sin hombre,
llega a golpear con un anillo sin piedra y sin dedo,
llega a gritar sin boca, sin lengua, sin garganta.

Sin embargo sus pasos suenan
y su vestido suena, callado como un árbol.

Yo no sé, yo conozco poco, yo apenas veo,
pero creo que su canto tiene color de violetas húmedas,
de violetas acostumbradas a la tierra,
porque la cara de la muerte es verde,
y la mirada de la muerte es verde,
con la aguda humedad de una hoja de violeta
y su grave color de invierno exasperado.

Pero la muerte va también por el mundo vestida de escoba,
lame el suelo buscando difuntos;
la muerte está en la escoba,
en la lengua de la muerte buscando muertos,
es la aguja de la muerte buscando hilo.

La muerte está en los catres:
en los colchones lentos, en las frazadas negras
vive tendida, y de repente sopla:
sopla un sonido oscuro que hincha sábanas,
y hay camas navegando a un puerto
en donde está esperando, vestida de almirante

POEMA A LA MUERTE

¿Cómo llenar el vacío de esta noche?

No con lágrimas,

puesto que el exilio es voluntario,

sí con pena,

que no cabe en mi pecho el deseo.

¿Es, acaso, extraño una noche oscura?

De loco es añorar la luz ahora

y sin embargo me salgo de mí

y necesito como el adicto

la droga redentora.

Tiemblan mis labios

en tus labios ausentes,

huyes como una sombra

que no logro atrapar.

Queda mi grito en la garganta

y tu pecho cotidiano

de las manos se escapa,

tus ojos, ya cerrados,

no me hablan.

En este silencio sin tí

me pregunto:

¿Cómo llenar el vacío de esta noche?

NO SON LOS MUERTOS

No son los muertos los que en dulce calma
la paz disfrutan de su tumba fria,
muertos son los que tienen muerta el alma
y viven todavía.

No son los muertos, no los que reciben
rayos de luz en sus despojos yertos,
los que mueren con honra son los vivos,
los que viven sin honra son los muertos.

La vida no es la vida que vivimos,
la vida es el honor, es el recuerdo.
Por eso hay hombres que en el Mundo viven,
y hombres que viven en el Mundo muertos.