Joachim Kroll nació en Hindenburg, Alemania, el 17 de abril de 1933. Fue el ultimo de ocho hijos de un minero de carbón y solamente fue a la escuela durante tres años, nunca aprendió a leer o escribir. Joachim siempre fue un niño débil, siendo ya un jovencito aun mojaba la cama. Posteriormente los psiquiatras descubrieron que su IQ apenas alcanzaba 76 puntos. A los 11 años se muda con sus padres al Oeste de Alemania en donde su padre es tomado prisionero por los rusos tras la Segunda Guerra Mundial, Joachim jamás volvería a verlo. Su madre falleció algunos años después, en enero de 1955. El 8 de febrero de 1955, a la edad de 22 años, Joachim acechó a Irmgard Strehl, de 19 años, cuando ésta iba por una carretera rural cerca de la ciudad de Walstedde. Irmgard fue asesinada por estrangulación y luego violada, un destino que correrían todas las mujeres que fueron víctimas de Joachim. Su cadáver fue encontrado a varios metros de la carretera. En algún momento durante 1956, Kroll asesina y viola a Erika Schuleter, no fue juzgado por este crimen debido a la falta de evidencia. En 1957 se muda a Duisburg, una gran ciudad industrial que sería su coto de caza durante los próximos 20 años. Durante tres años, los extraños impulsos que llevaban a Joachim a matar y a violar permanecieron más o menos latentes, sin embargo existen antecedentes como el de Erika, una joven sin hogar que es levantada por Kroll en una taberna de Duisburg el 23 de marzo de 1959, la golpea e intenta estrangularla, cuando ella vuelve en si el agresor ha desaparecido. Luego, en rápida sucesión, volvió a las andadas, dos veces en un mes. Las víctimas fueron Klara Frieda Tesmer, de 24 años el 16 de junio de 1959 , y Manuela Knoot, de 16 el 26 de julio de 1959, ambas fueron asesinada y violadas. Fue al matar a Manuela cuando a Joachim le empezó a gustar la carne humana. Cuando se encontró su cadáver en un bosque cercano, la policía se quedó horrorizada al ver los grandes trozos de carne que le habían arrancado de los muslos y nalgas. Años después, Joachim reveló que había envuelto la carne en un papel y luego se la había comido en la cena. Seis meses después del asesinato, Horst Otto de 24 años confesó haber matado a Manuela, fue arrestado y enjuiciado a pesar de que después se retractó de la confesión. Cumplió una condena de 5 años y fue puesto en libertad en abril de 1965. En 1962, Joachim volvió a actuar. Durante un viaje a Burscheid, al sur de Köln, viola y mata a Barbara Bruder de 12 años. Su cuerpo nunca fue encontrado y Joachim no fue juzgado por este crimen a pesar de haberlo confesado. El lunes de Pascua, abril 23 de 1962 Kroll rapta, viola y asesina a Petra Giese, de 13 años. Su cuerpo es encontrado en un bosque de Dinslaken-Bruckhausen, al norte de Duisburg. La policía descubre que le han sido cortadas ambas nalgas así como el antebrazo y mano izquierdos. Dos meses después, el 4 de junio, mata a Monika Tafel, de 12 años. También en este caso se encuentra que el cuerpo ha sido mutilado. Ambas chicas habían sido asesinadas por estrangulamiento. Dos hombres inocentes fueron arrestados, declarados culpables y encarcelados por estos asesinatos. Vinzenz Kuehn, un conocido pederasta, pasó seis años en prisión por el asesinato de Petra Giese. Walter Quicker, un exlegionario, fue declarado sospechoso del asesinato de Monika Tafel. Como no había ninguna prueba en su contra, fue liberado. La mujer de este hombre inocente se divorció de él por el incidente y sus vecinos lo hostigaban continuamente. Unos meses después del asesinato, se colgó en el mismo bosque donde se había encontrado el cadáver de Monika Tafel. Tres años después de estos crímenes, el 22 de agosto de 1965 Joachim volvió a matar. Estaba buscando una víctima femenina en las cercanías de un lago en Grossenbaum-Duisburg cuando se topó con una pareja que había aparcado en un camino vecinal. Hermann Schmitz y su novia, Marion Veen, se estaban besando en el asiento delantero de su automóvil. Joachim se puso delante del vehículo y empezó a mover los brazos como loco. Creyendo que este hombre tenía algún problema, Schmitz salió del automóvil. Joachim le asestó varias puñaladas. Marion, quien entendió lo que estaba pasando rápidamente, se pasó al asiento del conductor y puso el vehículo en marcha. Joachim logró apartarse de un salto en el último momento. Corrió hacia los matorrales y desapareció en medio de la noche. Marion colocó una horquilla debajo de la corneta para que esta no parara de sonar, esperando así llamar la atención. Entre tanto, detuvo el vehículo y corrió al lado de Hermann. No había nada que pudiera hacer. Estaba muerto. Esta fue la única ocasión en que Kroll asesinara a un hombre. El 13 de septiembre de 1966, Joachim asesinó y violó a Ursula Rohling, de 20 años. Inmediatamente se sospechó de su novio, Adolf Schickel, la última persona vista en su compañía. Aunque fue arrestado, después lo dejaron en libertad. Adolf tuvo que hacer frente a las burlas de sus amigos y vecinos, que estaban totalmente convencidos de su culpabilidad. Cuatro meses después de recuperar su libertad, se llenó los bolsillos con piedras y se ahogó en el Rio Main, cerca de Wiesbaden. El 22 de diciembre de 1966 Kroll rapta de Essen a Ilona Harke de 5 años, la sube a un tren rumbo a Wuppertal y ahí toman un autobús hacia Hueckeswagen. Bajan en una zona boscosa del camino y caminan hasta un lugar conocido como la zanja Feldbach donde la viola y después ahoga. A este hombre enloquecido no le importaba la edad de sus víctimas. El 12 de julio 1969, durante un paseo al lago Baldeney, Joachim conoce a Maria Hettgen, de 61 años, cuando intenta iniciar una conversación con ella lo rechaza y enfurecido la viola y estrangula. El 21 de mayo de 1970, Jutta Rahn, de 13 años, regresa de la escuela a través del bosque, Kroll la intercepta y la estrangula. Se sospechó de Peter Schay, quien era vecino de Jutta y con quién mantenía un noviazgo. No obstante que no había pruebas en su contra permaneció en prisión durante 15 meses antes de ser liberado.
22 nov 2010
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POEMA A LA MUERTE POR PABLO NERUDA
Hay cementerios solos,
tumbas llenas de huesos sin sonido,
el corazón pasando un túnel
oscuro, oscuro, oscuro,
como un naufragio hacia adentro nos morimos,
como ahogarnos en el corazón,
como irnos cayendo desde la piel del alma.
Hay cadáveres,
hay pies de pegajosa losa fría,
hay la muerte en los huesos,
como un sonido puro,
como un ladrido de perro,
saliendo de ciertas campanas, de ciertas tumbas,
creciendo en la humedad como el llanto o la lluvia.
Yo veo, solo, a veces,
ataúdes a vela
zarpar con difuntos pálidos, con mujeres de trenzas muertas,
con panaderos blancos como ángeles,
con niñas pensativas casadas con notarios,
ataúdes subiendo el río vertical de los muertos,
el río morado,
hacia arriba, con las velas hinchadas por el sonido de la muerte,
hinchadas por el sonido silencioso de la muerte.
A lo sonoro llega la muerte
como un zapato sin pie, como un traje sin hombre,
llega a golpear con un anillo sin piedra y sin dedo,
llega a gritar sin boca, sin lengua, sin garganta.
Sin embargo sus pasos suenan
y su vestido suena, callado como un árbol.
Yo no sé, yo conozco poco, yo apenas veo,
pero creo que su canto tiene color de violetas húmedas,
de violetas acostumbradas a la tierra,
porque la cara de la muerte es verde,
y la mirada de la muerte es verde,
con la aguda humedad de una hoja de violeta
y su grave color de invierno exasperado.
Pero la muerte va también por el mundo vestida de escoba,
lame el suelo buscando difuntos;
la muerte está en la escoba,
en la lengua de la muerte buscando muertos,
es la aguja de la muerte buscando hilo.
La muerte está en los catres:
en los colchones lentos, en las frazadas negras
vive tendida, y de repente sopla:
sopla un sonido oscuro que hincha sábanas,
y hay camas navegando a un puerto
en donde está esperando, vestida de almirante
tumbas llenas de huesos sin sonido,
el corazón pasando un túnel
oscuro, oscuro, oscuro,
como un naufragio hacia adentro nos morimos,
como ahogarnos en el corazón,
como irnos cayendo desde la piel del alma.
Hay cadáveres,
hay pies de pegajosa losa fría,
hay la muerte en los huesos,
como un sonido puro,
como un ladrido de perro,
saliendo de ciertas campanas, de ciertas tumbas,
creciendo en la humedad como el llanto o la lluvia.
Yo veo, solo, a veces,
ataúdes a vela
zarpar con difuntos pálidos, con mujeres de trenzas muertas,
con panaderos blancos como ángeles,
con niñas pensativas casadas con notarios,
ataúdes subiendo el río vertical de los muertos,
el río morado,
hacia arriba, con las velas hinchadas por el sonido de la muerte,
hinchadas por el sonido silencioso de la muerte.
A lo sonoro llega la muerte
como un zapato sin pie, como un traje sin hombre,
llega a golpear con un anillo sin piedra y sin dedo,
llega a gritar sin boca, sin lengua, sin garganta.
Sin embargo sus pasos suenan
y su vestido suena, callado como un árbol.
Yo no sé, yo conozco poco, yo apenas veo,
pero creo que su canto tiene color de violetas húmedas,
de violetas acostumbradas a la tierra,
porque la cara de la muerte es verde,
y la mirada de la muerte es verde,
con la aguda humedad de una hoja de violeta
y su grave color de invierno exasperado.
Pero la muerte va también por el mundo vestida de escoba,
lame el suelo buscando difuntos;
la muerte está en la escoba,
en la lengua de la muerte buscando muertos,
es la aguja de la muerte buscando hilo.
La muerte está en los catres:
en los colchones lentos, en las frazadas negras
vive tendida, y de repente sopla:
sopla un sonido oscuro que hincha sábanas,
y hay camas navegando a un puerto
en donde está esperando, vestida de almirante
POEMA A LA MUERTE
¿Cómo llenar el vacío de esta noche?
No con lágrimas,
puesto que el exilio es voluntario,
sí con pena,
que no cabe en mi pecho el deseo.
¿Es, acaso, extraño una noche oscura?
De loco es añorar la luz ahora
y sin embargo me salgo de mí
y necesito como el adicto
la droga redentora.
Tiemblan mis labios
en tus labios ausentes,
huyes como una sombra
que no logro atrapar.
Queda mi grito en la garganta
y tu pecho cotidiano
de las manos se escapa,
tus ojos, ya cerrados,
no me hablan.
En este silencio sin tí
me pregunto:
¿Cómo llenar el vacío de esta noche?
No con lágrimas,
puesto que el exilio es voluntario,
sí con pena,
que no cabe en mi pecho el deseo.
¿Es, acaso, extraño una noche oscura?
De loco es añorar la luz ahora
y sin embargo me salgo de mí
y necesito como el adicto
la droga redentora.
Tiemblan mis labios
en tus labios ausentes,
huyes como una sombra
que no logro atrapar.
Queda mi grito en la garganta
y tu pecho cotidiano
de las manos se escapa,
tus ojos, ya cerrados,
no me hablan.
En este silencio sin tí
me pregunto:
¿Cómo llenar el vacío de esta noche?
NO SON LOS MUERTOS
No son los muertos los que en dulce calma
la paz disfrutan de su tumba fria,
muertos son los que tienen muerta el alma
y viven todavía.
No son los muertos, no los que reciben
rayos de luz en sus despojos yertos,
los que mueren con honra son los vivos,
los que viven sin honra son los muertos.
La vida no es la vida que vivimos,
la vida es el honor, es el recuerdo.
Por eso hay hombres que en el Mundo viven,
y hombres que viven en el Mundo muertos.
la paz disfrutan de su tumba fria,
muertos son los que tienen muerta el alma
y viven todavía.
No son los muertos, no los que reciben
rayos de luz en sus despojos yertos,
los que mueren con honra son los vivos,
los que viven sin honra son los muertos.
La vida no es la vida que vivimos,
la vida es el honor, es el recuerdo.
Por eso hay hombres que en el Mundo viven,
y hombres que viven en el Mundo muertos.
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