CARL PANZRAM
Carl Panzram ha sido uno de los más terribles asesinos seriales de todos los tiempos. Comenzó su carrera criminal cuando fue arrestado a los ocho años por ebriedad y comportamiento escandaloso. Desde esa temprana época todo fue de mal en peor. Cuando estuvo en África contrató a ocho negros para que lo ayudasen a cazar cocodrilos. En lugar de cazar lagartos, cazó a sus ocho ayudantes. Se piensa que cometió miles de robos, atracos, incendios y se jactaba de haber sodomizado a más de mil hombres.
Panzram recibió una condena de 20 años por robos y fue enviado a la prisión federal de Fort Leavenworth, en Kansas, en 1928. Ahí, comenzó a escribir sus memorias de sodomía y muerte y en un acceso de mal humor golpeó a un trabajador de la lavandería hasta matarlo. Panzram rápidamente confesó su crimen, pidiendo ser colgado, y se le complació. Cuando una organización en contra de la pena de muerte trató de salvarlo, dijo: “Desearía que todos ustedes tuvieran un solo cuello, y que mis manos estuvieran alrededor de él”.
El 5 de septiembre de 1930, Panzram fue ejecutado. Malvado hasta el final, mientras estaba en el patíbulo le dijo a su ejecutor: “¡Apúrate, bastardo! Yo podría colgar a una docena de hombres mientras te haces tonto”.
En su libro, Panzram culpa al sistema penitenciario y a la sociedad por haberlo convertido en un monstruo. Escribió que no sentía la menor culpa por los asesinatos, violaciones y robos que cometió durante su vida. En 1970, sus memorias fueron publicadas y sirvieron de base para la película Killer: A Journal of Murder.
En total, se piensa que cometió unos 21 asesinato, pero la cifra real podría ser de varios cientos.
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POEMA A LA MUERTE POR PABLO NERUDA
Hay cementerios solos,
tumbas llenas de huesos sin sonido,
el corazón pasando un túnel
oscuro, oscuro, oscuro,
como un naufragio hacia adentro nos morimos,
como ahogarnos en el corazón,
como irnos cayendo desde la piel del alma.
Hay cadáveres,
hay pies de pegajosa losa fría,
hay la muerte en los huesos,
como un sonido puro,
como un ladrido de perro,
saliendo de ciertas campanas, de ciertas tumbas,
creciendo en la humedad como el llanto o la lluvia.
Yo veo, solo, a veces,
ataúdes a vela
zarpar con difuntos pálidos, con mujeres de trenzas muertas,
con panaderos blancos como ángeles,
con niñas pensativas casadas con notarios,
ataúdes subiendo el río vertical de los muertos,
el río morado,
hacia arriba, con las velas hinchadas por el sonido de la muerte,
hinchadas por el sonido silencioso de la muerte.
A lo sonoro llega la muerte
como un zapato sin pie, como un traje sin hombre,
llega a golpear con un anillo sin piedra y sin dedo,
llega a gritar sin boca, sin lengua, sin garganta.
Sin embargo sus pasos suenan
y su vestido suena, callado como un árbol.
Yo no sé, yo conozco poco, yo apenas veo,
pero creo que su canto tiene color de violetas húmedas,
de violetas acostumbradas a la tierra,
porque la cara de la muerte es verde,
y la mirada de la muerte es verde,
con la aguda humedad de una hoja de violeta
y su grave color de invierno exasperado.
Pero la muerte va también por el mundo vestida de escoba,
lame el suelo buscando difuntos;
la muerte está en la escoba,
en la lengua de la muerte buscando muertos,
es la aguja de la muerte buscando hilo.
La muerte está en los catres:
en los colchones lentos, en las frazadas negras
vive tendida, y de repente sopla:
sopla un sonido oscuro que hincha sábanas,
y hay camas navegando a un puerto
en donde está esperando, vestida de almirante
POEMA A LA MUERTE
¿Cómo llenar el vacío de esta noche?
No con lágrimas,
puesto que el exilio es voluntario,
sí con pena,
que no cabe en mi pecho el deseo.
¿Es, acaso, extraño una noche oscura?
De loco es añorar la luz ahora
y sin embargo me salgo de mí
y necesito como el adicto
la droga redentora.
Tiemblan mis labios
en tus labios ausentes,
huyes como una sombra
que no logro atrapar.
Queda mi grito en la garganta
y tu pecho cotidiano
de las manos se escapa,
tus ojos, ya cerrados,
no me hablan.
En este silencio sin tí
me pregunto:
¿Cómo llenar el vacío de esta noche?
NO SON LOS MUERTOS
No son los muertos los que en dulce calma
la paz disfrutan de su tumba fria,
muertos son los que tienen muerta el alma
y viven todavía.
No son los muertos, no los que reciben
rayos de luz en sus despojos yertos,
los que mueren con honra son los vivos,
los que viven sin honra son los muertos.
La vida no es la vida que vivimos,
la vida es el honor, es el recuerdo.
Por eso hay hombres que en el Mundo viven,
y hombres que viven en el Mundo muertos.
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